¿VENEZUELA EN EL UMBRAL DE LA INCERTIDUMBRE?

Por Darío Morandy
Nos quieren llevar a un punto de quiebre. Ante esta amenaza, el gobierno activó la “Operación Caribe Soberano 200”. Pero más allá del oportuno protocolo militar y técnico, el gesto refleja una atmósfera de tensión creciente, donde la frontera entre prevención y preludio se reduce. El país se encuentra en el umbral de una incertidumbre provocada por la asfixiante militarización del Caribe, alianzas debilitadas, asedio internacional, inflación inducida y una creciente amenaza que se intensifica cada hora.
El umbral de la incertidumbre sugiere que nos quieren llevar al punto en que las certezas se desvanecen y la templanza se quiebra. No hay guerra declarada, pero tampoco hay paz garantizada. Es el momento en que los gestos y las omisiones pueden inclinar el tablero hacia la confrontación o la contención. La incertidumbre no es solo política, es social y económica.
Desde hace semanas, buques de guerra estadounidenses patrullan aguas cercanas a nuestras costas, atacando embarcaciones venezolanas bajo el pretexto del narcoterrorismo. Tres han sido hundidas. El Comando Sur no disimula su presencia. Venezuela responde con la “Operación Caribe Soberano 200”, movilizando tropas, aeronaves y una postura de resistencia. Pero el desequilibrio es evidente. Mientras EE.UU. despliega destructores misilísticos y submarinos nucleares, Venezuela apela a la defensa asimétrica y a la conciencia nacional como factor movilizador de la alianza civico-militar.
La intensificación de la presión psicológica sobre Venezuela no es un fenómeno aislado, forma parte de una guerra híbrida que combina operaciones militares, sanciones económicas, campañas mediáticas y desinformación sistemática. El objetivo no es solo desestabilizar al gobierno, sino erosionar la cohesión social, sembrar incertidumbre y crear las condiciones para imponer un nuevo esquema de control sobre el Estado venezolano y sus recursos estratégicos. Petróleo, oro, coltán, gas, agua dulce y biodiversidad son activos codiciados en un tablero geopolítico donde la soberanía se convierte en obstáculo. La narrativa del “Estado fallido” y la criminalización de sus instituciones buscan justificar una intervención que, más allá de lo militar, apunta a rediseñar el mapa de poder en América Latina.
A todo esto, se suma un desgaste psicosocial en la población venezolana. Años de guerra económica, sanciones, escasez, migración, pandemia y una inflación galopante han generado una fatiga política y emocional que atraviesa generaciones. La incertidumbre se ha vuelto rutina, y cualquier respuesta ante la agresión puede ser interpretada como una acción para reactivar una capacidad de respuesta social que ha sido erosionada por el agotamiento. En este contexto, la guerra psicológica no solo apunta al Estado. Apunta al ánimo colectivo, a la memoria y a la esperanza.
¿Estamos ante una intervención inminente? ¿O frente a una escalada controlada que busca reconfigurar el tablero sin disparar el primer misil? Lo cierto es que el conflicto ya no es solo bilateral. Es una pugna por el petróleo, la soberanía territorial y el modelo de poder en América Latina. En este momento, tenemos el deber de mirar más allá del horizonte inmediato. Necesitamos concertar esfuerzos y unificar el país con un “Nuevo Consenso Social y Político” para salir de la incertidumbre e hilvanar, paso a paso, un desenlace que marque el destino de la patria y la región.
