NEGOCIAR NO ES RENDIRSE
En el Caribe, los buques no solo navegan. Trazan mapas de poder. La activación de maniobras militares en La Orchila por parte de Venezuela, con más de 2.500 efectivos, drones submarinos y aeronaves de guerra electrónica, responde al despliegue naval y aéreo de Estados Unidos en aguas cercanas. Submarinos nucleares, portaaviones y más de 4.500 soldados conforman una presencia que no es casual. Es presión geopolítica y amenaza desafiante. Esta coyuntura nos obliga a leer con precisión los escenarios que se abren y a construir respuestas desde la legitimidad, la memoria colectiva y la Soberanía Nacional.
Tres rutas se perfilan en el horizonte. La primera, confrontación directa, implicaría una incursión militar que desataría una crisis regional de alto impacto. Colombia, Brasil y los paises del Caribe serían arrastrados a una espiral de desestabilización con consecuencias humanitarias incalculables. La segunda, más probable en este momento, es la negociación forzada. Una táctica de presión militar para obtener concesiones económicas, reconfigurar el mapa político y abrir las puertas a empresas transnacionales sin disparar una sola bala. La tercera, resistencia soberana, es la apuesta por una defensa integral que articula alianzas con Rusia, China e Irán y moviliza una creciente fuerza cívico-militar.
El segundo escenario (negociación forzada) exige especial atención. La presión militar no busca invadir, sino presionar y condicionar. Chevron, ExxonMobil, coltán, gas y oro constituyen recursos estratégicos en su pretendida negociación. Pero también lo son nuestra narrativa de Soberanía Nacional, la institucionalidad y nuestro derecho a decidir sin injerencias. El gobierno de Donald Trump ha intensificado bombardeos en aguas internacionales, bajo el raído argumento de combatir el narcotráfico, mientras organizaciones como Human Rights Wacht (HRW) denuncian ejecuciones extrajudiciales. El mensaje es claro. Se negocia desde la amenaza, se presiona desde la “arquitectura de intimidación naval” instalada en el Caribe.
En este tablero de negociación forzada, Estados Unidos busca una transición a su gusto, ofreciendo incentivos como amnistía política, protección patrimonial y participación limitada en el nuevo escenario institucional. Supuestamente, las conversaciones se orientan hacia figuras “moderadas” del chavismo, excluyendo sectores más radicales, con el fin de facilitar una salida ordenada sin ruptura total. Brasil y Colombia, aunque persisten en su ambigüedad, podrían actuar como puentes diplomáticos para evitar un conflicto regional, promoviendo una mesa ampliada con actores internacionales y sectores de oposición no extremistas. Hay quienes aspiran un acuerdo con base a un “Agenda Minima” como vía para legitimar un nuevo Consenso Político. Desde círculos de derechos humanos se propone una ley de amnistía parcial que permita evitar la radicalización del conflicto y facilitar acuerdos de gobernabilidad. Este escenario no implica ingenuidad. Es una guerra de márgenes, donde EE.UU. aprieta sin invadir, y Venezuela resiste sin ceder soberanía. La clave está en quién negocia, qué se concede y cómo se legitima un nuevo “Consenso Político”.
Frente a esta coyuntura, también se impone la urgencia de superar la incertidumbre colectiva. La guerra psicológica, el ruido mediático y la fragmentación simbólica buscan paralizar la acción popular. Por eso, es vital activar propuestas que convoquen desde el bienestar, el trabajo digno y la esperanza concreta. La soberanía no se defiende solo con la movilizacióm civico-militar. Se construye en el salario justo, la recuperación del Bienestar Social, en la participación plural y en la capacidad de construir futuro.
Una propuesta alterna se puede sintetizar en cinco pilares que deben guiar una eventual negociación. Fortalecer la legitimidad institucional frente a presiones externas; reivindicar la memoria productiva como escudo simbólico y operativo; garantizar la pluralidad democrática como base de la soberanía política; atender los reclamos laborales y sociales como parte inseparable del bienestar colectivo; concertar la amnistía política y articular una diplomacia desde el sur que construya alianzas estratégicas sin subordinación. Estos pilares no son consignas. Son coordenadas para navegar la tormenta sin perder el rumbo.
Hoy, más que nunca, Venezuela debe hablar con voz propia. No desde la retórica vacía ni desde la reacción desesperada, sino desde la construcción colectiva, la legitimidad institucional y la soberanía estratégica. Porque negociar bajo amenaza no es rendirse, es reafirmar que el radar político está encendido y que el futuro del país se escribe desde nuestro territorio con pluralidad, justicia social y memoria colectiva. Negociar no es rendirse.

La democracia es la menopausia de la sociedad occidental, el gran climaterio del cuerpo social. El fascismo es su lujuria madura.
Jean Baudrillard