EXPECTATIVAS POPULARES Y TRANSFORMACIÓN

Un discurso reiterativo anuncia que Guayana vive una nueva etapa. Se habla de transformación, de eficiencia, de alineación total con el Plan Nacional de Desarrollo de las 7 Transformaciones. Se asegura que la Gobernación del estado se reconfigura, se depura, se democratiza. Nadie duda que el PSUV domina sin fisuras el escenario político regional. No hay oposición institucional, no hay disidencia visible. Todo parece ordenado, disciplinado y funcional. Mientras tanto crecen las expectativas populares por conocer los beneficios de la transformación.
En este nuevo escenario político e institucional la concentración de poder puede facilitar decisiones estratégicas. Pero también puede silenciar voces, debilitar contrapesos, convertir la gestión pública en una extensión del partido. Cuando todo se decide desde una sola línea, el riesgo no es solo político. Es institucional, territorial y social.
La Gobernación del estado debe superar este triste papel de oficina para trámites partidistas al cual fue reducida por gobiernos anteriores. Su nuevo liderazgo institucional y político la obliga a defender el interés colectivo, garantizar derechos, activar la economía y cuidar el territorio. Y eso exige pluralidad, contraloría social, escuchar y reconocer al otro. Exige que las organizaciones comunitarias, sindicatos, gremios y los movimientos populares tengan voz, tengan espacio y participación activa.
Durante la campaña electoral se sembraron expectativas legítimas de cambio. Se habló de transformación profunda, de justicia social y protagonismo popular. Ese discurso levantó el entusiasmo popular y devolvió la confianza. Hoy, con el control absoluto del poder regional, existen las mejores condiciones para honrar esa promesa. No hay excusas. Teniendo la capacidad y el control político, es necesario redimensionar la voluntad política para convocar un “Nuevo Consenso Social” amplio y plural donde nadie se sienta excluido.
“Un Nuevo Consenso Social” no se decreta. Se construye desde abajo, reconociendo las luchas de los trabajadores, los saberes comunitarios, las expectativas populares y las urgencias territoriales. Se construye fortaleciendo el poder popular, no subordinándolo. Porque sin pueblo organizado, la transformación es solo maquillaje institucional.
Y el pueblo, como conciencia vigilante, ya no quiere maquillaje. Quiere agua que corra por las tuberías, escuelas con maestros y buen funcionamiento, empresas produciendo, salarios dignos, hospitales funcionando y bien dotados, calles seguras, transporte eficiente y seguridad social. Quiere sentir que el poder sirve, que la política transforma y la esperanza no fue solo campaña.
En ese sentido, el acoplamiento político entre la Gobernación y la Alcaldía de Caroní representa una oportunidad histórica. Por primera vez en años, existe una articulación plena entre los dos principales espacios de gobierno en Guayana. Si se pone al servicio del pueblo, este vínculo puede convertirse en palanca para contribuir a la recuperación de las Empresas Básicas, reorientar la CVG y devolverle a los trabajadores su papel protagónico. No como fuerza decorativa, sino como motor real de una nueva política industrial, productiva y soberana.
Gobernar sin contrapesos no garantiza gobernar mejor. Es gobernar sin espejo, sin crítica y con la vigilancia de la conciencia popular. Y Guayana merece más que eso. Merece una transformación que se sienta en la calle, en la fábrica, en la escuela, en los centros de salud. Una transformación que no se mida en cargos, sino en cambios. Una transformación que convoque escuche y garantice la inclusión social.
Si el pueblo no percibe la ruta de la transformación, pierde la confianza y se derrumban las expectativas. Y si pierde la confianza, se apaga el compromiso. Y sin pueblo no hay transformación posible.
