Opinión

EL CONSENSO SOCIAL Y POLÍTICO ES UNA URGENCIA HISTÓRICA

La semana pasada advertíamos sobre la urgencia de construir un Gran Consenso Social y Político para enfrentar la crisis venezolana en medio del asedio marítimo de embarcaciones estadounidenses. Hoy, esa advertencia se transforma en clamor. La incertidumbre crece y el conflicto ha escalado. Once muertos tras el ataque a una embarcación venezolana, entrenamientos militares en Puerto Rico, supuesto sobrevuelo de F-16 venezolanos sobre destructores norteamericanos, aumenta la tensión diplomática con países de América Latina que se han colocado a la sombra de EEUU, amenazas de ataques directo al territorio y un creciente cruce de declaraciones que ya no se disfraza de diplomacia, sino que se viste de amenaza. Ese Consenso Social y Político ya no es una opción, es una urgencia histórica.
Este no es solo un pulso geopolítico. Es una fractura que puede convertirse en herida nacional si no prevalece con urgencia una estrategia de unidad. La soberanía no se defiende únicamente con patrullas y comunicados. Se defiende con un pueblo consciente, con instituciones cohesionadas y actores políticos que entiendan que el desacuerdo interno no puede ser combustible para la intervención externa.
La presencia de buques de guerra en nuestras costas, bajo el argumento de combatir el narcotráfico, no puede analizarse sin considerar el contexto de criminalización global que se ha tejido sobre Venezuela. El ataque a la embarcación, que dejó 11 muertos y muchas dudas, no puede ser asumido como un hecho aislado. Es parte de una narrativa que busca justificar la fuerza, deslegitimar al Estado y sembrar miedo en la población.
En este escenario no basta con acuerdos entre élites políticas. Lo que Venezuela necesita es un consenso nacional que trascienda lo partidista, que convoque a trabajadores, comunidades, gremios, movimientos sociales, académicos, organizaciones políticas, empresarios, emprendedores y sectores populares en torno a una agenda mínima de país. Una hoja de ruta que permita enfrentar la tormenta con dignidad, sin ambigüedades ni exclusiones. No se trata de uniformidad ideológica, sino de voluntad patriótica y entender que, ante la amenaza, la diferencia debe ceder paso a la defensa común.
Esa agenda debería incluir la defensa activa de la soberanía nacional, sin concesiones ni silencios cómplices; el rechazo a las medidas coercitivas contra el país; la liberación de presos políticos como gesto de reconciliación y madurez democrática; la restauración de los derechos laborales, hoy vulnerados; la reconstrucción del Estado de Bienestar Social, con la salud, la educación, la protección social y la alimentación como pilares fundamentales; el rechazo firme a cualquier forma de injerencia o intervención extranjera, venga de donde venga; y la atención inmediata a los servicios públicos, que hoy definen la calidad de vida y el “Buen Vivir”.
Esta agenda no puede ser impuesta ni administrada por un solo actor, debe ser una Agenda de Estado. No es tiempo de perseguir ni de excluir. Es tiempo de convocar, de abrazar, de construir una soberanía que abrace y se parezca al país real. Un país diverso, plural, herido, pero capaz de resistir.
La economía ya muestra signos de tensión. La inflación se acelera, la incertidumbre se instala y el fantasma de un bloqueo naval amenaza con paralizar los avances logrados a contra corriente. En este contexto, pensar en el país sin ambigüedades es un deber ético. No podemos permitir que la defensa territorial se convierta en excusa para la fractura social, ni que la crítica se confunda con traición.
La historia nos ha enseñado que los momentos de mayor vulnerabilidad son también los momentos de mayor oportunidad. Si logramos transformar esta tensión en punto de inflexión, si convertimos el miedo en movilización y la incertidumbre en propuesta, podremos abrir una nueva etapa. Una etapa donde la soberanía no sea solo discurso, sino práctica cotidiana y compromiso irrenunciable.
Venezuela está en el filo de la historia. Y solo un consenso amplio, legítimo y profundamente humano podrá evitar que ese filo se convierta en fractura. Porque hoy, más que nunca, Venezuela necesita que sus voces se unan. No para silenciar la crítica, sino para amplificar la defensa.

“El hombre de honor no tiene más patria que aquella en que se protegen los derechos de los ciudadanos y se respeta el carácter sagrado de la humanidad”.
Simón Bolívar

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