Reportaje

La traición del silencio: cuando la abstención se convierte en complicidad

Por Jeremy Santamaría:
En política, como en la vida, el vacío nunca permanece vacío por mucho tiempo. Cada espacio que se abandona por capricho, por egoísmo o por una supuesta superioridad moral, es ocupado por quienes no dudan en imponer su voluntad. No participar en las elecciones municipales no es un gesto de rebeldía, es una renuncia. Es ceder el terreno donde se construyen las decisiones cotidianas que afectan a nuestras comunidades, nuestras calles, nuestras escuelas, nuestros hospitales. Es regalarle al adversario el poder de decidir sin resistencia.

La democracia no se defiende desde la clandestinidad
La política no se hace desde las sombras. La clandestinidad puede ser refugio en tiempos de persecución, pero jamás puede ser trinchera permanente. Pretender dirigir los destinos de un pueblo desde el anonimato, desde la comodidad del juicio sin acción, es una forma de cobardía disfrazada de estrategia. La democracia exige presencia, exige voz, exige voto. Quienes aún creemos en la vía democrática no somos ingenuos, somos valientes. Porque sabemos que el voto no es una garantía, pero sí es una herramienta. Y renunciar a ella es como arrojar la espada antes de entrar en combate.

El narcisismo de la abstención
Satanizar a quienes luchamos por recuperar los espacios democráticos es un acto desesperado. Es el grito de quienes temen ser desplazados no por el enemigo, sino por sus propios errores. Es el narcisismo político que se disfraza de radicalismo, pero que en el fondo solo revela miedo. Miedo a que la gente despierte, a que la esperanza se organice, a que el poder vuelva a manos de quienes quieren construir y no destruir.

La traición de las falsas promesas
Quienes prometieron cobrar no lo hicieron. Quienes juraron tener un plan B lo escondieron. Y quienes desde la clandestinidad alimentan la fantasía de una redención violenta, no tienen perdón de Dios. Porque han llenado de falsas esperanzas a un pueblo herido, han apostado por el sacrificio ajeno, han convertido la lucha en espectáculo, y el dolor en moneda de cambio. No se puede construir una nación sobre el resentimiento, ni gobernar desde el odio. La política del humo solo deja cenizas.

No hay redención sin responsabilidad
Intentar llevar al despeñadero a quienes seguimos luchando por recuperar los espacios democráticos no es solo una traición política, es una traición moral. Es condenar al ostracismo a quienes aún creen en el diálogo, en la organización, en la resistencia cívica. Y esa condena no tiene perdón, porque no se trata de diferencias estratégicas, sino de sabotaje existencial.
La historia no absuelve a los que callan cuando deben hablar, ni a los que se esconden cuando deben dar la cara. Participar es resistir. Votar es construir. Defender la democracia es el acto más rebelde que podemos ejercer hoy. Y quienes lo impiden, quienes lo sabotean, quienes lo estigmatizan, no están del lado del pueblo. Están del lado del vacío.

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