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NI PERSUASIÓN NI DESPLIEGUE, LA SOBERANÍA SE DEFIENDE

Frente a las costas de Venezuela, tres destructores estadounidenses surcan el mar Caribe con la arrogancia de quien cree que el mundo aún se ordena desde Washington. Escoltados por miles de marines, aviones de reconocimiento y un submarino de ataque. Dicen que combaten el narcotráfico. Pero lo que realmente buscan es reescribir el mapa de la legitimidad, imponer narrativas, persuadir y sembrar miedo. Ante este hecho es necesario levantar la voz. No como eco de consignas gastadas. Sino como afirmación legítima de una convicción que no admite matices. Ninguna forma de intervención, injerencia extranjera o persuasión que pretenda desestabilización emocional de nuestro pueblo debe ser tolerada. Ninguna.
Esa operación militar estadounidense en nuestro mar Caribe, con su retórica de lucha contra el narcotráfico y su despliegue intimidante, no es una acción aislada. Es una puesta en escena que busca sembrar miedo, deslegitimar soberanías y reordenar la geopolítica del petróleo desde Washington. Es parte de una estrategia imperial que pretende reconfigurar territorios, manipular emociones colectivas y fracturar procesos políticos desde afuera. Es una forma de guerra híbrida, donde la amenaza se convierte en herramienta de control. La clave está en no subestimar el gesto, pero tampoco sobredimensionarlo. No se trata de combatir el narcotráfico, sino de asegurar el control energético en una región clave, donde Venezuela posee las mayores reservas probadas del planeta y el Esequibo representa una joya geoestratégica.
La historia latinoamericana está marcada por desembarcos que no trajeron paz, sino trauma, dolor, muerte, saqueo y más ruina. Lo hicieron en Guatemala, República Dominicana, Granada, Panamá y Haití. Por eso, cada maniobra que se acerque a nuestras costas debe ser leída con memoria crítica y sensibilidad territorial. Porque detrás de cada radar, cada submarino, amenaza o sanción unilateral hay un intento de reordenar el mapa político y emocional de nuestros pueblos y rearmar la geopolítica mundial.
Y aquí, en esta tierra de dignidad y resistencia, la soberanía no se negocia ni se persuade. Se defiende con voz firme, con organización popular, con narrativa propia. Porque el control emocional de una nación es también una forma de colonización. Y porque el miedo, cuando se impone desde afuera, no es seguridad. Es violencia social, psicológica, simbólica que sustenta nuevos modelos de dominación.
Frente a un escenario y amenaza de tal magnitud, se impone como necesidad histórica la constitución de un “Gran Consenso Social y Político”. Un acuerdo transversal y plural que supere diferencias tácticas y políticas para unir el país y anclarse con aspectos vitales como la defensa de la soberanía, la paz, restauración de los derechos laborales, recuperación del Estado de Bienestar Social y el rechazo sin reservas a cualquier forma de intervención que fracture la estabilidad emocional y política del pueblo venezolano.
En esta aciaga hora para la patria. Cuando la “máxima presión” se disfraza de despliegue militar y la pretensión hegemónica busca quebrar el tejido interno, las diferencias políticas y la exclusión de la opinión crítica pueden convertirse en un fallo político que favorece al enemigo. La soberanía no se defiende solo con unanimidad, también con pluralidad consciente que fortalece al pueblo y lo prepara para resistir con dignidad.
En este momento cualquier exclusión interna beneficia el ataque externo. Hoy más que nunca, necesitamos una soberanía que escuche, que abrace la diferencia, que convierta la duda en motor de transformación. Porque el verdadero quiebre político no lo provoca quien duda o crítica, sino quien censura.
Hoy, como ayer la soberanía se defiende con memoria, con organización e irrenunciable convicción. No hay despliegue que la doblegue ni persuasión que la compre. Porque la SOBERANÍA SE DEFIENDE.

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