INCERTIDUMBRE Vs. SOBERANÍA

Por Darío Morandy
La guerra ya no se anuncia con bombardeos ni invasiones de viejo formato. Hoy se libra en el terreno de las percepciones, en la arquitectura del miedo, en la construcción de escenarios que empujan la población hacia el quiebre emocional, político y social. La presencia militar de Estados Unidos en nuestras costas, bajo el disfraz de lucha contra el narcotráfico, no solo tensiona el mapa geopolítico. Instala una guerra psicológica que busca erosionar la cohesión interna y preparar el terreno para justificar un nuevo modelo de intervención. Necesitan crear un clima de incertidumbre total.
La incertidumbre no es solo una sensación difusa. Es una herramienta precisa de desestabilización. En su acepción más profunda, opera como una forma de desarraigo emocional y cognitivo. Paraliza la acción, fragmenta la confianza y convierte el futuro en una amenaza. En contextos de guerra psicológica, la incertidumbre se cultiva deliberadamente. Se alimenta con rumores, se amplifica con operaciones mediáticas y se instala en la cotidianidad como un virus silencioso. No se trata de que la gente no sepa qué ocurrirá mañana, sino que empiece a creer en salidas inesperadas. Esa es la victoria del miedo. Se redimensiona cuando el sujeto colectivo comienza a desconfiar de todo . En Venezuela, esta estrategia se entrelaza con una inflación inducida, la pretendida inestabilidad institucional y la militarización del Caribe, generando un ecosistema de angustia que busca acelerar el quiebre político y social, hasta que la intervención externa parezca una costosa solución.
Mientras tanto, la inflación galopa sin mayor explicación. Los precios se disparan, los “profetas del desastre” presagian escacez y la memoria colectiva revive los años más duros. Nada es casual. El miedo económico induce hacia el miedo colectivo. Se busca quebrar el tejido social, debilitar la institucionalidad y provocar un clamor por “salidas urgentes” que justifiquen lo injustificable.
En el tablero energético global, Venezuela no es un actor secundario, es una pieza codiciada. Con las mayores reservas probadas de petróleo del planeta y una ubicación privilegiada en el Caribe suramericano, el país representa una joya geoestratégica para las potencias que redibujan el mapa del control energético. Como complemento, el Esequibo, con más de 11.000 millones de barriles “descubiertos” por ExxonMobil, ha dejado de ser una disputa limítrofe para convertirse en factor clave de la nueva geopolítica del petróleo en América Latina. La proyección marítima del Esequibo conecta con rutas comerciales, reservas minerales y zonas de estrategia militar. Su control no solo implica acceso a recursos, sino capacidad de veto sobre el futuro energético de la región. Por eso, la defensa del Esequibo no es un gesto simbólico. Es una afirmación de Soberanía Nacional e Integridad Territorial frente a un modelo de despojo que se disfraza de inversión.
Este tipo de guerra no convencional tiene una lógica perversa. Mientras más se debilita la esperanza, más se fortalece la narrativa de la intervención. Se construye una imagen de país fallido, ingobernable, donde la única solución parece venir de afuera. Pero esa es la trampa. Porque lo que está en juego no es solo un modelo político, sino la Soberanía Nacional, la capacidad de decidir sin tutelaje y resistir sin rendirse.
Este despliegue no es solo militar, es simbólico, económico y político. Se articula con la disputa por el Esequibo, el control del petróleo y la reconfiguración del Caribe como zona de influencia. La respuesta venezolana debe combinar firmeza diplomática, movilización popular y blindaje informativo con un sólido Consenso Social y Político.
Insistimos, la defensa de la Soberanía Nacional no es un eslogan. Es una práctica cotidiana, una ética política que se defiende con legitimidad, con memoria, y con una estrategia que impida que la incertidumbre se convierta en clamor por intervención. Una narrativa que debe ser sostenida incluso en medio del miedo. Porque si el miedo es su estrategia, la memoria y la organización popular son la respuesta. Y si la intervención es el objetivo, la Soberanía Nacional debe ser el límite.
“El enseñar cómo vivir con incertidumbre sin ser paralizados por la vacilación es, tal vez, el mayor beneficio que la filosofía actual todavía puede ofrecer a aquellos que la estudien”.
Bertrand Russell
