CONMOCIÓN Y SOBERANÍA

La guerra ya no se anuncia, se ejecuta en silencio. Desde la tribuna de la ONU, el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, declaró que “eliminará por completo” al gobierno venezolano, mientras en el Caribe se registran bombardeos sin verificación, operaciones encubiertas, vuelos que violan nuestro espacio aéreo y un discurso imperial que reactiva el expediente del “Estado narcoterrorista”. No se trata de una escalada diplomática. Es una ofensiva territorial, política y económica, matizada con una narrativa que busca deslegitimar al Estado venezolano como sujeto soberano y borrar su capacidad de interlocución internacional.
La respuesta del Gobierno Nacional con la firma del Decreto de Estado de Conmoción Exterior no es solo una reacción jurídica. Es una reconfiguración del relato institucional para cohesionar el aparato político y militar frente a una amenaza externa. En este tablero, cada actor activa sus recursos. Trump con su avasallante poder bélico y el desprecio por el multilateralismo. Maduro con la mirada puesta en una nueva geopolítica, cartas públicas, movilización popular, la declaratoria de Estado de Conmoción Exterior y la proclama de Zona de Paz de la CELAC. La disputa no es solo por el control del territorio, sino por el impacto internacional del conflicto.
La reciente incursión de cinco aviones de combate estadounidenses en las cercanías de nuestro espacio aéreo, denunciada por el Ministerio del Poder Popular para Defensa, no es un episodio aislado. Es un gesto táctico que puede activar con urgencia el Decreto de Estado de Conmoción Exterior, ya firmado por el Presidente Maduro como medida excepcional ante una agresión externa. En contextos de tensión extrema, los vuelos de intimidación no solo desafían la soberanía territorial, sino que también reconfiguran el campo simbólico, estimulando respuestas institucionales de alto impacto. Frente a este giro del conflicto y la posibilidad real de un ataque, las observaciones críticas de algunos sectores sociales comienzan a transformarse. Lo que antes se leía como una medida polémica, hoy se percibe como una herramienta legítima de defensa nacional. La urgencia del momento modifica el marco de interpretación, y obliga a repensar el equilibrio entre cohesión institucional, garantías democráticas y participación plural.
El decreto, aunque jurídicamente legítimo frente a la magnitud de esta amenaza externa, tiene un impacto político profundo hacia el interior del país. En contextos de alta tensión, este tipo de medidas puede reforzar la cohesión institucional, pero también levantar inquietudes sobre las perspectivas de la deliberación plural. Hay sectores políticos que sugieren que esta medida debe servir como catalizador del consenso nacional y recomponer la fragmentación social con eficientes mecanismos de participación.
La conmoción no se limita al plano institucional. Se infiltra en la vida cotidiana y reconfigura el tejido social. Sus efectos son múltiples y contradictorios. Por un lado, permite una cohesión institucional que reactiva mecanismos de defensa territorial y repolitiza el debate público. La Conmoción Exterior se expresa en la amenaza militar en nuestras costas y espacio aéreo, pero también en la presión económica, en el miedo y la fatiga emocional colectiva que se combinan con la dificultad para sostener una visión compartida de futuro.
Frente a este escenario, la Soberanía Nacional no puede ser entendida como una consigna ni como un atributo exclusivo del Estado. Debe ser una práctica territorial, plural y sostenida por la participación protagónica de amplios sectores sociales. Requiere articular un Nuevo Consenso Social y Político que reconozca la diversidad del país, profundice mecanismos de participación real y construya una narrativa común que no niegue las diferencias, sino que las articule en función de un horizonte compartido. La defensa del país como proyecto colectivo.
Entre la Conmoción Exterior y la Soberanía Nacional se abre un campo de disputa. No por el control del relato, sino por la posibilidad de imaginar un país que resista el asedio y avance desde su pluralidad activa. Porque la conmoción es cotidiana y la soberanía también debe serlo. Tejida desde los territorios, sostenida por la memoria colectiva y orientada hacia una salida que no se decreta, se construye.
Mientras la Conmoción Exterior sugiere urgencia ante la amenaza, la Soberanía Nacional convoca a la defensa del territorio, reconstrucción, legitimidad y horizonte abierto. Esa tensión puede sostener toda la resistencia y preparar el terreno para la construcción de un Nuevo Consenso Social y Político como estructura plural y protagónica.
