EL LABERINTO DE LA NEGOCIACIÓN Y EL DESGASTE

La sorpresiva invocación al diálogo por parte de Donald Trump marca un punto de inflexión histórico. No es un gesto aislado, sino parte de un cálculo político que busca provocar el desgaste de Nicolás Maduro y mantener al pueblo venezolano atrapado en la incertidumbre social y económica. La estrategia es clara. Se trata de convertir la negociación en un instrumento de presión, un laberinto donde cada puerta conduce a más dudas y cada silencio refuerza la sensación de estancamiento.
Sin embargo, en medio de este juego de presiones y desmentidos, la negociación aparece como una alternativa de desenlace que puede resultar conveniente para el país. No porque garantice un cambio inmediato, sino porque abre la posibilidad de alejar la amenaza y aliviar la crisis social y económica que golpea a la mayoría. La población no se conforma con rumores. Este pueblo requiere información oportuna y transparente que permita comprender que las negociaciones nunca se han paralizado, aunque siempre se presenten como algo oculto, privado o confidencial.
La trascendencia de este proceso radica en que la gente pueda reconocer que detrás de cada declaración, de cada desmentido y de cada gesto diplomático, se juega su vida cotidiana. Se pone en juego el acceso a la cesta básica, un salario digno, la calidad de los servicios públicos, la posibilidad de recuperar un mínimo de estabilidad emocional y garantizar la paz social. Negociar no es rendirse; es abrir un túnel en el laberinto para que la sociedad no quede atrapada en una incertidumbre prolongada.
Los escenarios de desenlace del conflicto venezolano se mueven entre dos polos que van desde una negociación política que logre acuerdos mínimos de gobernabilidad y un agravamiento de la presión externa que acelere un cambio abrupto que puede convertirse en un salto al vacío. Ninguno de estos caminos está libre de incertidumbre, pero ambos concentran las expectativas populares. El desenlace no será un acto aislado, sino un cruce de fuerzas entre un gobierno que resiste y busca acuerdos, una fuerza imperial que presiona desde afuera y la calle que clama desde adentro. En ese cruce, la conciencia colectiva y la soberanía popular deben ser faro y raíz, para que cualquier desenlace no se convierta en despojo, sino en conquista legítima.
A este entramado se suma un hecho que no puede pasar inadvertido. La intención del Departamento de Estado de declarar al llamado “Cartel de los Soles” como organización terrorista extranjera y a Nicolás Maduro como su supuesto jefe. Una calificación abusiva que serviría para justificar cualquier tipo de injerencia. Han anunciado el 24 de noviembre como fecha para tal decisión. Esta jugada introduce una presión adicional en el tablero geopolítico, pues no solo redefine el conflicto en términos de seguridad hemisférica, sino que también condiciona cualquier negociación futura al peso de una acusación agresiva que trasciende lo interno y coloca al país bajo un nuevo nivel de asedio internacional.
La negociación es la grieta que deja pasar la luz en el muro del desgaste político y social. No es concesión ni renuncia. Es la posibilidad de que el pan vuelva a la mesa con dignidad. El pueblo merece saber, merece escuchar y merece recibir la verdad sin disfraces. Porque la soberanía no se defiende con silencios, sino con acuerdos que protejan la vida. En el laberinto de presiones, la alternativa no es la incertidumbre. El desenlace puede estar en la negociación que abre camino, la que convierte la grieta en horizonte y la precariedad en posibilidad. Cualquier negociación implicaría concesiones mutuas que contemplen apertura electoral, garantías de gobernabilidad, alivio de sanciones, amnistía política y respeto absoluto a la Soberanía Nacional.
“El que desconoce la verdad es un ignorante;
pero el que la conoce y la desmiente, es un criminal”.
Bertolt Brecht

